El contacto aparenta ser audio-visual, pero es sólo una
fachada. Significa algo más que un estallido sentimental (o en todo caso,
musical); es un choque con otra realidad, con un sub-mundo que ya nos pertence desde
el primer acorde o la primer frase que llegó a nuestros oídos. Y entonces la
espera ya no lo es, y los primeros acordes pulverizan la adrenalina acumulada
durante las infinitas horas que fuimos y vinimos, alrededor del reloj (y de
nuestro estado de ánimo), buscando una explicación racional a tanta pasión: a
ese No! que nos reivindica como seres libres, conscientes y en contra del establishment
que nos sueña idiotas y malcriados. Pero nosotros no lo soñamos: lo vivimos, lo
escuchamos, lo leemos… y lo cantamos. Entonces salen ellos a escena los
impulsores de nuestro discurso, y nos hacen saber que existe otro camino, otras
grietas por las cuales escapar a la locura mediática y la moda farandulera: a
aquel mundo que no queremos (ni debemos) soportar, por más “superlógica” que
deseen imponernos, desde los satélites espías y las divinas TV Führer que
adornan nuestras pantallas y ruedan cine de terror. Nos dejamos llevar, miramos
al cielo, apretamos el puño y recuperamos nuestros juguetes, nuestra inocencia perdida
que se revela y reactiva en cada nota o en cada solo del “cielo” que nos
cautiva desde allí arriba, desde lo más alto del escenario, acompañado por esa
voz que ya reconocemos como propia, como la voz de nuestra conciencia. El rock
maravilla para este mundo tan mundano e injusto, aquel sentimiento que nos
libera de la opresión (aunque dure lo que un compás, una canción o un show) y
que nos acerca a otra cosmovisión, otro modo de pensar y vivir en esta vieja
cultura frita. Pero lo nuestro es acá, ahora y para siempre: no nos pagan con
promesas, no nos compran con mentiras ni nos vencen en el pensamiento, alzamos
los puños y reivindicamos a Patricio, y a todo lo que su corte (nuestra corte)
pueda aludir. Entonces soñamos, vivimos, despertamos y encendemos nuestros
deseos, recuperando nuestros tesoros y soplando brasas en nuestros corazones,
tan sólo por oponerse a la paradoja de que todo es igual, incluso hasta lograr
que nuestros oídos sangren rock, o esperanza en la desesperanza, o luz en la
oscuridad, o libertad en la ciudad, o…
Saltamos, gritamos, cantamos, manifestamos nuestro mundo: redondo, onírico y de ricota, en un tiempo y espacio que nos supimos crear y nos pertenece, burlándonos de lo que semeja real, bañando culpas y secando errores de un pasado que no debemos olvidar ni repetir, aunque el dogma real y sus robocops de Detroit se obstinen en demostrarnos, día a día (y “minuto a minuto”) todo lo contrario.
En algo de ésto puede explicarse el desatino de nuestra tribu (y de nuestra calle): nuestros peligros, afortunadamente, son muy sensatos.
Saltamos, gritamos, cantamos, manifestamos nuestro mundo: redondo, onírico y de ricota, en un tiempo y espacio que nos supimos crear y nos pertenece, burlándonos de lo que semeja real, bañando culpas y secando errores de un pasado que no debemos olvidar ni repetir, aunque el dogma real y sus robocops de Detroit se obstinen en demostrarnos, día a día (y “minuto a minuto”) todo lo contrario.
En algo de ésto puede explicarse el desatino de nuestra tribu (y de nuestra calle): nuestros peligros, afortunadamente, son muy sensatos.
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