sábado, 1 de noviembre de 2014

La argentinidad, al palo


Y de pronto uno va caminando por Maipú al 400, en pleno centro porteño, y se encuentra con un cartel así. Mucha conciencia social y una buena cuota de suspicacia. 

La argentinidad, al palo. 

sábado, 25 de octubre de 2014

El trabajo más digno del mundo


Subió en Av. Nazca al 1600. Vestía una remera del Negro Olmedo y pantalón verde estampado a rayas. En su mano derecha llevaba un muñeco. Se presentó y comenzó la función. Empezó a hablar y a hacer chistes. Nadie se reía. Yo fui uno de los tres o cuatro que le prestamos atención (los otros eran niños que iban a la escuela). Comenzó a dialogar con el muñeco. Su personalidad se dobló. Hablaba con su otro yo, jugaba a ser dos personas, mientras su otra voz salía desde su vientre y sin necesidad de mover los labios. Escuché atentamente sus chistes y me reí con los niños. Me divirtió el viaje, arrancándome una sonrisa. El resto de los pasajeros lo ignoró. Nadie aplaudió sus bromas. Ni si quiera lo miraban. Señores vestidos de traje yendo a las oficinas, viejas charlando sobre banalidades o mirando por la ventanilla las tristes y grises calles de Buenos Aires. Pero él le puso la mejor onda. Siguió con su performance y alegró a los pocos que lo escuchábamos. Observé la indiferencia del resto de los pasajeros y pensé en lo difícil que sería para ese muchacho llevar a cabo ese desafío todos los días. Tratar de hacer reír a gente tan triste, de darle vida y color a un escenario muerto y monocromado como lo es el bondi de nuestra ciudad. Imaginé también el pensamiento de aquellos que lo ignoraban: "qué caradura, por qué no se busca un trabajo digno". Y yo pensé lo contrario: que aquella gente aburrida seguramente malgastaba sus días en empleos que sólo significaban un sueldo, una manera obligada y políticamente correcta de "ganarse" la vida, y que aquel muchacho al que ignoraban tenía el trabajo más digno del mundo, un trabajo que le satisfacía, que llenaba su alma y su espíritu, y que aunque fuéramos tres o cuatro los que reíamos con sus bromas, eso alcanzaba para pagar su día. Se despidió contando las pocas monedas que recaudó al pasar la gorra. Y antes de bajar pidió un fuerte aplauso para el chofer, "que se juega su puesto todos los días para que yo pueda vivir de lo que me gusta". Bajó por la puerta delantera y se perdió entre la gente. A lo lejos vi el rostro del muñeco que ya no movía sus labios. Estaba triste, inanimado. Como la gente que me rodeaba. 

sábado, 11 de octubre de 2014

Parque Saavedra


Hay un encanto invisible, algo que huele a música y barrio, sobre todo a barrio. Atmósfera de tango y candombe, de Polaco Goyeneche y gargantas con arena, músicas rioplatenses que danzan entre las copas de los árboles, yendo y viniendo según sople el viento. Hay verde, mucho verde. Jóvenes, niños y familias enteras andando en patines o bicicletas. Parejas besándose apasionadamente, atletas corriendo y corriendo y rondas de adolescentes empuñando guitarras, violines, flautas o bongoes. Se canta y se ríe. Se goza la tarde. Acróbatas agudizan sus sentidos, tratando de equilibrar mente y cuerpo para llegar al extremo opuesto de la cinta, que se tensa entre dos árboles. Los perros juegan, saltan, discuten, se pisan y huelen, mientras sus dueños disfrutan del sol. Hay mate, cerveza y fernet. Y marihuana también. Hay una calesita, una cancha de bochas y mucho césped. Y hay alguien leyendo a Cortázar, mientras piensa en lo lindo que está el Parque Saavedra y por qué no escribir unas líneas sobre lo que sus ojos ven. Hay un encanto invisible, algo que huele a música, literatura y barrio. Sobre todo a barrio. 

viernes, 10 de octubre de 2014

Baño público



Los baños públicos y su perversidad. Ese mundo de petes y travestis a domicilio, números de teléfono escritos con liquid paper y la concha de tu madre All Boys. De absurdas peleas y discusiones entre gente que no se conoce, pero que tiene ganas de insultarse. De Kristina chorra y Macri ponete a laburar. De gorilas y peronchos. De bosteros y gallinas. Y se escriben las puertas o paredes porque sí, porque se está en el baño y de algo hay que escribir. Entonces hay que escupir la vehemencia, la masculinidad, el racismo y la bronca contenida. Y qué mejor lugar para hacerlo que el baño. Un mensaje vomitado a quien no tiene otra que mirar, porque la necesidad lo llevó allí. Como me llevó hoy a mí. Y me tocó disfrutar del arte pictórico de un desconocido que, aburrido, dejó su marca en la pared. Porque sí, porque en el baño público pasan estas cosas.  

lunes, 6 de octubre de 2014

Taxi



Viaje I - De flequillos y cogotes

Pibe, no sé si a vos te pasa lo mismo que a mi, pero las morochas de flequillo me pueden. Además me da la sensación de que son todas turras. En la calle veo un montón de esas pendejitas que están que rajan la tierra. Y es peligroso, viste, porque venís manejando y cogoteás para todos lados. Y ahora que se viene el calorcito peor... ¡Un día voy a chocar de tanto cogotear! 

Viaje II - Saliva para dormir

¿Tenés problemas para dormir? Porque en la radio hoy dijeron que eso se cura con un remedio casero muy piola: te ponés tu propia saliva en la cara en forma de cruz y listo. Pero ojo, tiene que ser la primera saliva del día. Qué loco, las cosas que uno se viene a enterar, ¿no?

Viaje III - La Cumparsita

¿Sos músico? Yo a tu edad también tocaba la guitarra, sabés. Empecé a estudiar con un profesor hasta que saqué La Cumparsita. Me la había aprendido toda, eh. Y eso que no es fácil. Meta solfear y solfear hasta que un día la toqué toda. ¿Si seguí tocando? No, después de La Cumparsita no toqué nunca más la guitarra. 







martes, 30 de septiembre de 2014

La suma de todas las horas

Ilustración: Paola Bocca de ARTE INFINITO
(A la gente linda de La Subasta y al Ciclo de Cantautores de los Jueves).

¿Qué sería del jueves sin vos?
¿Cómo entender la semana sin tus noches de letras, historias, magias y fantasías?
El tiempo se detiene pasadas las 22 y todo cabe en un par de canciones.
Así empieza nuestro día: nuestra forma pagana de escapar del hastío, de ese nudo en el pecho que llamamos ciudad. La barra nos mira y sospecho que ríe, cómplice de nuestras aventuras. Sabe que somos poetas detrás de una quimera, cantando a los sueños, los amores, las desgracias y las alegrías.
Entre copas y tragos tejemos utopías, le cantamos a la vida y nos burlamos de la rutina, codeándonos con la locura, acercándonos a la felicidad, la amistad y la esperanza de un mundo nuevo.
Tus puertas de hierro abren paso a los cantautores, a los magos que hechizan las noches de Caballito; esa trova que le canta a un público ávido de anécdotas, música y poesía. Esa gente que entiende que nada está perdido si existe un lugar como éste. Gente con ideales, valores y convicciones que no está dispuesta a perder la alegría, a vender su humildad ni subastar el tesoro que llevan dentro.

Y entonces nos encontramos cada jueves para volver a cantar y sentir que estar vivo es algo más que vivir, que la semana puede resumirse en un día y que ese día no es sólo un día, sino todos los días: la suma de todas las horas en que nos dedicamos a ser felices. Entonces nos preguntamos, ya sin temor a equivocarnos: ¿qué sería de nosotros sin tus jueves, querida Subasta?   

domingo, 28 de septiembre de 2014

Este asunto es nuestro (ahora y para siempre)


El contacto aparenta ser audio-visual, pero es sólo una fachada. Significa algo más que un estallido sentimental (o en todo caso, musical); es un choque con otra realidad, con un sub-mundo que ya nos pertence desde el primer acorde o la primer frase que llegó a nuestros oídos. Y entonces la espera ya no lo es, y los primeros acordes pulverizan la adrenalina acumulada durante las infinitas horas que fuimos y vinimos, alrededor del reloj (y de nuestro estado de ánimo), buscando una explicación racional a tanta pasión: a ese No! que nos reivindica como seres libres, conscientes y en contra del establishment que nos sueña idiotas y malcriados. Pero nosotros no lo soñamos: lo vivimos, lo escuchamos, lo leemos… y lo cantamos. Entonces salen ellos a escena los impulsores de nuestro discurso, y nos hacen saber que existe otro camino, otras grietas por las cuales escapar a la locura mediática y la moda farandulera: a aquel mundo que no queremos (ni debemos) soportar, por más “superlógica” que deseen imponernos, desde los satélites espías y las divinas TV Führer que adornan nuestras pantallas y ruedan cine de terror. Nos dejamos llevar, miramos al cielo, apretamos el puño y recuperamos nuestros juguetes, nuestra inocencia perdida que se revela y reactiva en cada nota o en cada solo del “cielo” que nos cautiva desde allí arriba, desde lo más alto del escenario, acompañado por esa voz que ya reconocemos como propia, como la voz de nuestra conciencia. El rock maravilla para este mundo tan mundano e injusto, aquel sentimiento que nos libera de la opresión (aunque dure lo que un compás, una canción o un show) y que nos acerca a otra cosmovisión, otro modo de pensar y vivir en esta vieja cultura frita. Pero lo nuestro es acá, ahora y para siempre: no nos pagan con promesas, no nos compran con mentiras ni nos vencen en el pensamiento, alzamos los puños y reivindicamos a Patricio, y a todo lo que su corte (nuestra corte) pueda aludir. Entonces soñamos, vivimos, despertamos y encendemos nuestros deseos, recuperando nuestros tesoros y soplando brasas en nuestros corazones, tan sólo por oponerse a la paradoja de que todo es igual, incluso hasta lograr que nuestros oídos sangren rock, o esperanza en la desesperanza, o luz en la oscuridad, o libertad en la ciudad, o…
Saltamos, gritamos, cantamos, manifestamos nuestro mundo: redondo, onírico y de ricota, en un tiempo y espacio que nos supimos crear y nos pertenece, burlándonos de lo que semeja real, bañando culpas y secando errores de un pasado que no debemos olvidar ni repetir, aunque el dogma real y sus robocops de Detroit se obstinen en demostrarnos, día a día (y “minuto a minuto”) todo lo contrario.
En algo de ésto puede explicarse el desatino de nuestra tribu (y de nuestra calle): nuestros peligros, afortunadamente, son muy sensatos.