sábado, 25 de octubre de 2014

El trabajo más digno del mundo


Subió en Av. Nazca al 1600. Vestía una remera del Negro Olmedo y pantalón verde estampado a rayas. En su mano derecha llevaba un muñeco. Se presentó y comenzó la función. Empezó a hablar y a hacer chistes. Nadie se reía. Yo fui uno de los tres o cuatro que le prestamos atención (los otros eran niños que iban a la escuela). Comenzó a dialogar con el muñeco. Su personalidad se dobló. Hablaba con su otro yo, jugaba a ser dos personas, mientras su otra voz salía desde su vientre y sin necesidad de mover los labios. Escuché atentamente sus chistes y me reí con los niños. Me divirtió el viaje, arrancándome una sonrisa. El resto de los pasajeros lo ignoró. Nadie aplaudió sus bromas. Ni si quiera lo miraban. Señores vestidos de traje yendo a las oficinas, viejas charlando sobre banalidades o mirando por la ventanilla las tristes y grises calles de Buenos Aires. Pero él le puso la mejor onda. Siguió con su performance y alegró a los pocos que lo escuchábamos. Observé la indiferencia del resto de los pasajeros y pensé en lo difícil que sería para ese muchacho llevar a cabo ese desafío todos los días. Tratar de hacer reír a gente tan triste, de darle vida y color a un escenario muerto y monocromado como lo es el bondi de nuestra ciudad. Imaginé también el pensamiento de aquellos que lo ignoraban: "qué caradura, por qué no se busca un trabajo digno". Y yo pensé lo contrario: que aquella gente aburrida seguramente malgastaba sus días en empleos que sólo significaban un sueldo, una manera obligada y políticamente correcta de "ganarse" la vida, y que aquel muchacho al que ignoraban tenía el trabajo más digno del mundo, un trabajo que le satisfacía, que llenaba su alma y su espíritu, y que aunque fuéramos tres o cuatro los que reíamos con sus bromas, eso alcanzaba para pagar su día. Se despidió contando las pocas monedas que recaudó al pasar la gorra. Y antes de bajar pidió un fuerte aplauso para el chofer, "que se juega su puesto todos los días para que yo pueda vivir de lo que me gusta". Bajó por la puerta delantera y se perdió entre la gente. A lo lejos vi el rostro del muñeco que ya no movía sus labios. Estaba triste, inanimado. Como la gente que me rodeaba. 

sábado, 11 de octubre de 2014

Parque Saavedra


Hay un encanto invisible, algo que huele a música y barrio, sobre todo a barrio. Atmósfera de tango y candombe, de Polaco Goyeneche y gargantas con arena, músicas rioplatenses que danzan entre las copas de los árboles, yendo y viniendo según sople el viento. Hay verde, mucho verde. Jóvenes, niños y familias enteras andando en patines o bicicletas. Parejas besándose apasionadamente, atletas corriendo y corriendo y rondas de adolescentes empuñando guitarras, violines, flautas o bongoes. Se canta y se ríe. Se goza la tarde. Acróbatas agudizan sus sentidos, tratando de equilibrar mente y cuerpo para llegar al extremo opuesto de la cinta, que se tensa entre dos árboles. Los perros juegan, saltan, discuten, se pisan y huelen, mientras sus dueños disfrutan del sol. Hay mate, cerveza y fernet. Y marihuana también. Hay una calesita, una cancha de bochas y mucho césped. Y hay alguien leyendo a Cortázar, mientras piensa en lo lindo que está el Parque Saavedra y por qué no escribir unas líneas sobre lo que sus ojos ven. Hay un encanto invisible, algo que huele a música, literatura y barrio. Sobre todo a barrio. 

viernes, 10 de octubre de 2014

Baño público



Los baños públicos y su perversidad. Ese mundo de petes y travestis a domicilio, números de teléfono escritos con liquid paper y la concha de tu madre All Boys. De absurdas peleas y discusiones entre gente que no se conoce, pero que tiene ganas de insultarse. De Kristina chorra y Macri ponete a laburar. De gorilas y peronchos. De bosteros y gallinas. Y se escriben las puertas o paredes porque sí, porque se está en el baño y de algo hay que escribir. Entonces hay que escupir la vehemencia, la masculinidad, el racismo y la bronca contenida. Y qué mejor lugar para hacerlo que el baño. Un mensaje vomitado a quien no tiene otra que mirar, porque la necesidad lo llevó allí. Como me llevó hoy a mí. Y me tocó disfrutar del arte pictórico de un desconocido que, aburrido, dejó su marca en la pared. Porque sí, porque en el baño público pasan estas cosas.  

lunes, 6 de octubre de 2014

Taxi



Viaje I - De flequillos y cogotes

Pibe, no sé si a vos te pasa lo mismo que a mi, pero las morochas de flequillo me pueden. Además me da la sensación de que son todas turras. En la calle veo un montón de esas pendejitas que están que rajan la tierra. Y es peligroso, viste, porque venís manejando y cogoteás para todos lados. Y ahora que se viene el calorcito peor... ¡Un día voy a chocar de tanto cogotear! 

Viaje II - Saliva para dormir

¿Tenés problemas para dormir? Porque en la radio hoy dijeron que eso se cura con un remedio casero muy piola: te ponés tu propia saliva en la cara en forma de cruz y listo. Pero ojo, tiene que ser la primera saliva del día. Qué loco, las cosas que uno se viene a enterar, ¿no?

Viaje III - La Cumparsita

¿Sos músico? Yo a tu edad también tocaba la guitarra, sabés. Empecé a estudiar con un profesor hasta que saqué La Cumparsita. Me la había aprendido toda, eh. Y eso que no es fácil. Meta solfear y solfear hasta que un día la toqué toda. ¿Si seguí tocando? No, después de La Cumparsita no toqué nunca más la guitarra.